Hechos 3:1-10
Los dos varones subían presurosos. No querían llegar atrasados a la reunión de oración que se hacía en el templo a las 3 de la tarde. El sol a esa hora era intenso y no era agradable dejar la comodidad de la casa, pero para quienes habían recibido recién la visita del Espíritu Santo en Pentecostés no había sacrificio ni excusa para dejar de asistir. Sus deseos eran estar lo más cerca posible de su Señor y volver a disfrutar la llenura del poder de Dios en sus vidas.
Pedro y Juan tenían muy fresco el momento glorioso de Pentecostés y el poderoso discurso de Pedro que condujo a los pies de Cristo a alrededor de 3.000 personas. El temor que sobrevino sobre toda persona en Jerusalén por el obrar sobrenatural del Señor en sus discípulos hizo que mucha gente fuera añadida a la Iglesia. Es que la forma de vida que tenían admiraba a todos porque estaban siempre juntos y tenían en común todas las cosas. El capítulo 2 de Hechos narra como era la vida de los primeros cristianos y destaca que perseveraban unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón.
La primera enseñanza de lo que hemos leído es la necesidad que tienen los hijos de Dios de congregarse con fidelidad. Cuando el Espíritu Santo está fresco en su vida Ud. no hallará excusas para quedarse en casa o para programar cosas que lo alejen de la casa de oración. Leí hace poco lo siguiente: “Los que creen que no necesitan la Iglesia no piensan muy bien del que la fundó.”
¿Qué piensa Ud. de JC? ¿Cree que la Iglesia que creó no le sirve a Ud? Si Ud. considera que la Iglesia es imperfecta y que la gente que se congrega en ella no es consecuente con lo que predica, no significa que Cristo ha desechado a sus discípulos y que no esté buscando la manera de mejorarla. Y por muy imperfecta que sea, de todas maneras el Señor está hablando a través de ella y todos necesitamos congregarnos para profundizar nuestra relación con el Señor de la Iglesia.
Pedro y Juan iban a entrar al templo por la puerta que se llamaba La Hermosa. Era una puerta de gran valor y preciosa a la vista, tal como lo es la puerta de entrada al reino de los cielos. Allí, ante esa entrada a la casa de Dios, la familia colocaba todos los días a un hombre cojo que pedía limosna. ¿Porqué será que muchos mendigos espirituales no tratan de entrar para recibir la bendición y se quedan esperando las migajas que pueden darle los creyentes? ¿Por qué no dan el paso de fe para lograr el ingreso al pueblo de Dios y se quedan al margen de la bendición?
El hombre tendió sus manos sucias y gemía rogando por una moneda cuando Pedro y Juan pasaban a su lado. Pedro no lo ignoró pasando rápidamente a su lado. Su actitud fue insólita, sorprendente, y junto a Juan le miró fijamente y le dijo: Míranos. El cojo estaba expectante. ¿Cuánto me dará? ¿Querrá ofrecerme algo más que dinero?
“No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de JC de Nazaret, levántate y anda.” Y tomándolo de la diestra lo levantó y al momento se le afirmaron los pies y los tobillos.
Lo que sucedió a continuación fue el más grande impacto en la ciudad de Jerusalén después de los milagros hechos por el Señor JC y el remezón de Pentecostés. El cojo saltaba y entró al templo con ellos alabando a Dios. Todos reconocían que era el mendigo que todos los días estaba postrado a la puerta del templo. Se llenaron de asombro e incluso de temor por lo que había sucedido.
Un hecho extraordinario como este no dejó indiferentes a los dirigentes religiosos judíos. Su religión se tambaleaba producto del poder divino derramado ante tantos testigos. Pedro, Juan y el cojo, abrazados en el pórtico de Salomón, proclamaban que Cristo había sido sacrificado por el judaísmo y que era necesario el arrepentimiento para perdón de sus pecados, para que el Señor enviara tiempos de refrigerio.
Al día siguiente fueron juzgados ante el concilio por los sacerdotes y se les ordenó dejar de hablar y enseñar en el nombre de Jesús. Pedro y Juan respondieron que no es justo obedecer a los hombres antes que a Dios y que no podían dejar de decir lo que habían visto y oído.
La palabra de Dios no puede ser silenciada por decretos humanos. Los 20 siglos del Evangelio de JC así lo demuestran. Muchos han intentado prohibirla. Muchos han creído lograrlo, pero han terminado por entender que ello no es posible. En África y Asia, especialmente, donde se practica el Islam. Hace muchos años que está vedado profesar el cristianismo y son muchos los mártires de la fe inmolados en algunos de esos países, aún en estos tiempos. Pero, la Iglesia sigue y son millones los cristianos que oran y sirven al Señor en sus casas, enseñando a sus hijos y a sus conocidos.
El poder de Dios sigue vigente en el siglo XXI y la palabra de Dios corre y glorifica al Señor llevando salvación y vida abundante. Sí, a pesar de los problemas económicos que se viven en esta época, la promesa se cumple cuando se busca hacer la voluntad de Dios.
Pedro dijo a los sacerdotes que lo juzgaban que solo en Cristo hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo dado a los hombres en que podamos ser salvos. El cojo estaba ante ellos también como testigo del obrar maravilloso del Señor.
Estas palabras tienen como objetivo hacerle meditar en la necesidad que tiene cada persona de esta tierra de abrir su corazón a Cristo, pidiéndole perdón por los pecados cometidos y rogándole que entre a morar en su vida.
Ud. puede recibir a JC como su Señor y Salvador en este mismo instante. Pida a Jesucristo que perdone sus pecados y proclámelo con su boca y corazón que es su único y suficiente Salvador.